Guerra de nuevo

El 1 de septiembre de 1939, Hitler invadió Polonia y estalló la Segunda Guerra Mundial

Nicholas Roerich

GUERRA DE NUEVO

Ha pasado un cuarto de siglo [desde la Primera Guerra Mundial], exactamente un cuarto, solo una generación, y el virus de la misma locura ha estallado. Esta epidemia ha comenzado de la misma manera inhumana. Una vez más, se están lanzando bombas sobre civiles. Una vez más, los barcos que transportan viajeros pacíficos están siendo destruidos. Las escuelas están destrozadas y los cuerpos de los niños destrozados.

Por supuesto, esta guerra no comenzó ayer. Ya en 1936, los gérmenes malvados estaban brotando… La violencia era desenfrenada. La destrucción se justificó citando las razones más asombrosas. Como suele suceder, los misiles más grandes explotaron cuando la opinión pública menos los esperaba…

El 1 de agosto de 1914, estábamos en un templo, el 1 de septiembre de 1939 estábamos en el Himalaya. En ambas ocasiones: templos. En aquel entonces no estábamos listos para creer en tal locura humana, y ahora el corazón no quiere admitir que ha nacido un nuevo horror…

Una vez más, recurriremos al arte para recordarnos que la destrucción es inaceptable, una vez más esperaremos que al menos ahora la humanidad entienda cuáles son los verdaderos valores y cuál es el propósito de la evolución humana.

3 de septiembre de 1939, Himalaya

Nicholas Roerich Museum NY
Heavenly battle. (1912). Nicholas Roerich.

Coincidencias en las fechas de inicio de las dos Fases de la Gran Guerra (1914-1945) y el arranque de la Invasión de Ucrania por parte de Rusia.

P: ¿Estas coincidencias entre las fechas de inicio de las dos Fases de la Gran Guerra (1914-1945) y el arranque de la Invasión de Ucrania por parte de Rusia demuestran que estamos ante el arranque de un nuevo conflicto global? R: Estas coincidencias indican una cierta conexión entre los acontecimientos pero no me atrevería a dar un diagnóstico premonitorio basado en ello. Depende de la Humanidad y nosotros, los aspirantes espirituales y los hombres y mujeres de buena voluntad y correctas relaciones humanas, funcionando como su avanzadilla, “sellar las puertas donde mora el mal”. Transmutar la expresión inferior de las energías de rayo presentes tras los conflictos mundiales del momento presente y abrir el campo para que la Exteriorización de la Jerarquía pueda realizarse y el Cristo con el Gran Triángulo Mágico apoyándolo pueda anclar inofensivamente la potente energía del Señor de Acuario y expresarla constructivamente.

Símbolo de la Nueva Ea

P: ¿Existe una interpretación cierta de estas coincidencias entre las fechas?

R: Ciertamente no hay una explicación única y muchas de ellas se nos escapan, de momento podemos brindar tan sólo alguna comprensión básica de sus relaciones ocultas:

68:

68 es un número muy acuariano. Inmediatamente nos remite a los grandes cambios sociales contraculturales de la década de los 60s y la aparición del movimiento 68 como marcador de grandes cambios sociales a nivel colectivo.

Dos veces 7:6 + 8 = 14 = 2 x 7Una vez 7, la entrada del 7mo Rayo en 1675

Otra vez 7, la entrada adelantada (1945) de la Humanidad a la Edad de Acuario.

El doble impacto del 7 Rayo es el responsable de los tiempos revueltos que estamos viviendo. Su tarea es crear un Nuevo Orden Mundial, el cómo sucede esto depende de nuestra colaboración como Humanidad en el proceso.

6 seguido de 8:

6 + 8La labor del Cristo (8) adumbrado por el Señor de Acuario es dejar definitivamente atrás la Edad Pisceana (6 R) a través de la manifestación de su energía.

Tres veces 68:

Las estaciones planetarias que dan inicio o final al movimiento directo o retrógrado aparente de los planetas hacen que un planeta pase por un mismo punto tres veces precipitando así un conjunto de experiencias asociadas a esos tránsitos particulares. Ese triple reforzamiento logra que la experiencia se experimentada, asimilada y trascendida.

Nuestra tarea una es hoy demostrar que sabemos manejar de forma diferente un potencial conflicto mundial de tal manera que la Luz, el Amor, el Poder (y si es necesario la Muerte) cumplan su propósito de restablecer el Plan sin dilación.

Que la Luz liberadora del Buddha,

el Amor infinito del Espíritu de la Paz

y el Poder indescriptible del Avatar de Síntesis

restablezcan el Plan [de Dios] en la Tierra.

[Recitado por VBA]

VBA – Los Misterios del Yoga, cap 14.

¿Quién recuerda la bandera rusa de la paz?

La Razón. Javier Sierra. 06-03-2022

La guerra es el peor de nuestros fracasos. No solo nos arroja unos contra otros en una espiral de muertes inaceptables, sino que mata a su paso la tierra de la que nos alimentamos y pulveriza nuestra cultura. Hace casi cien años un pintor y aventurero ruso llamado Nicolás Roerich decidió combatir este drama. Él, que había vendido cuadros al zar Nicolás y que llegaría a estar nominado al Premio Nobel de la Paz, estaba horrorizado por el rumbo de su siglo e intuyó que solo una espiritualidad bien entendida, universal y amplia, sumada al respeto y preservación de la cultura en todas sus formas, podría un día convencernos del sinsentido de la guerra.

Roerich fue un artista singular. Salpicaba sus lienzos de cielos rojos, nubes negras y montañas de perfiles geométricas en las que se adivinaban rostros y mensajes ocultos, casi proféticos. En los años veinte, tras una expedición a las cumbres más altas de Asia, dijo haber tenido la oportunidad de conectar con una serie de grandes maestros que le hablaron de un paraíso al norte del Tíbet, Shambhala («lugar de paz, tranquilidad y felicidad»), desde donde periódicamente enviaban emisarios secretos para intentar elevar la conciencia del género humano e impedir su autodestrucción. La utopía –pues eso debía de ser– caló hondo en ciertas élites. Roerich y su mujer Helena, quien más tarde introduciría el «Agni Yoga» o yoga del fuego en occidente, hablaban con pasión de sus contactos con esos emisarios. Sus palabras eran recogidas a menudo por la prensa y la existencia de un «reino de paz» secreto llegó incluso a inspirar el Shangri-Lá de la novela de James Hilton, Horizontes perdidos (1933).

No fueron tiempos fáciles. Ninguno lo es. Pero aquel Roerich tan ruso, tan excéntrico, llegó a recorrer el mundo y consiguió que el presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, firmara en el Despacho Oval un acuerdo por el que la Sociedad de Naciones y más de veinte repúblicas americanas se comprometían a preservar, en tiempos de conflicto, toda institución cultural y científica, todo patrimonio o herencia histórica. En ese acuerdo, que llamaron «el Pacto Roerich», se anteponía la defensa de los bienes culturales a los militares y se acordaba la adopción de una bandera, un símbolo, que subrayase el acuerdo: un círculo con tres esferas dentro, en representación del cerco que debíamos poner a nuestras creaciones más sublimes.

Su bandera de la paz impresionó al mundo. Aunque hoy parece olvidada, Roosevelt vio en su adopción algo de una «profunda significación espiritual». Firmado el 15 de abril de 1935, el Pacto Roerich fue el primer tratado internacional rubricado en el Despacho Oval y el empuje definitivo para que aquella administración –con Roosevelt y su vicepresidente Henry Wallace a la cabeza– trabajara como nunca antes (y después) en el establecimiento de puentes con Rusia y China, territorios en los que se escondían aquellos evanescentes rishis de Shambhala.

En 1935 no existía aún la UNESCO. La conciencia de proteger la cultura cuando ya no se sabía cómo salvar vidas humanas no había calado ni siquiera tras el desastre de la Gran Guerra. Roerich se dio cuenta de que todo conflicto bélico se libra siempre por el control de la cultura y que perderla significaba dilapidar lo que nos hace civilizados.

Hace solo una semana, en el cuarto día de la invasión de Ucrania, Rusia destruyó el Museo de Historia de Ivankin, a 30 kilómetros de Kiev. Ardieron veinticinco obras de su pintora más reconocida, María Prymachenko (1909-1997), autora de varios centenares de lienzos naïf que impresionaron al mismísimo Picasso. Un día después, otras bombas cayeron en la Ópera, la Filarmónica e incluso en la catedral ortodoxa de Járkov, al tiempo que la embajada de Ucrania ante la Santa Sede solicitaba a Rusia que respetara la de Santa Sofía de Kiev, joya del siglo XI. Los responsables de museos tan vulnerables como el nacional de Historia, en cuyas salas hay piezas sobre el conflicto del Donbás y recuerdos de un pasado que no complace al régimen de Putin, llevan días tratando de esconder su patrimonio y ponerse a salvo de represalias que se dan por seguras. Es improbable que nadie evoque a Roerich y su pacto por la paz para salvarlo, y mucho menos que en Moscú se recuerde al compatriota que marcó internacionalmente las líneas rojas que deberían protegerlo.

A espaldas de todo, devorados por el leviatán de la guerra, en estas horas seguimos perdiendo referentes que, en tiempos sin armas, servirían de punto de encuentro y reflexión. Las obras destruidas de Prymachenko hablaban de lugares tan comunes, tan inocentes, como la naturaleza, el arte antiguo, nuestros orígenes en el paleolítico o la mitología. En peligro de desaparición están también un retrato de la infanta Margarita de Velázquez del Museo de Arte de Kiev, así como obras de Zurbarán, Coello, Goya, Rubens o Van Eyck. Cada una de ellas nos recuerda que nuestras capacidades van mucho más allá de empuñar un arma. Cada una es, en definitiva, un memento de lo que Roosevelt intuyó al firmar el Pacto Roerich que ahora Putin ignora: que somos criaturas con espíritu. Unas a las que, en este aciago tránsito, parece que ni los rishis de Shambhala son capaces de hacer entrar en razón.

Javier Sierra es Premio Planeta de novela y Socio de Honor de la Asociación Española de Pintores y Escultores (AEPE).


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