Existe en la vida un factor espiritual que es el de llevar a Dios en todas las cosas de la vida, al hogar, a nuestras diversiones, a nuestra política y negocios. Dios está esperando asociar Su sabiduría. Su poder y Su belleza a todas nuestras ocupaciones, todos los momentos y todos los lugares…
“En consecuencia, una nación no es una mera agregación de personas que se reúnen para protegerse contra la agresión, y vivir tanto como puedan en una lucha por la existencia, sino que es más bien un cuerpo de trabajadores potenciales agrupados conel fin de que por su intermedio pueda revelarse la naturaleza de Dios…
Es esta la vida nacional, donde cada individuo reconoce que debe convertirse en el centro de divina radiación, de manera que la voluntad de Dios se refleje en todas las actividades de los hombres, en la ciudad, en la nación”
– C. Jinarajadasa, 1924. El Factor Espiritual en la Vida Nacional.
¿Cómo puede Dios revelarse en el deber del estadista? De acuerdo con Sócrates, este Dharma, esta función, permanece suprema entre las demás artes y por consiguiente le llama el Arte Real. Ese arte del gobernante no utiliza para su expresión simples materiales como la piedra en el caso del escultor, o metales preciosos en el del joyero, sino que el gobernante utiliza la misma naturaleza humana. Resulta pues muy claro que, a diferencia de las cualidades y propiedades permanentes de la materia específica empleada en la técnica de todas las artes menores, el gobernante debe tener su propia técnica para trabajar sobre un material siempre cambiante, vale decir, la sociedad humana.
¿Cómo es posible para un dirigente, para un estadista, para un gobernante, para un rey, hacer de los seres humanos bajo su gobierno una obra de arte?
¿Cómo es posible para un gobernante moldear, inspirar, apoyar, amar ese extraordinario movimiento, transformando y cambiando la substancia humana a fin de hacer de ella una viviente expresión de belleza, una imagen de la bondad y de la verdad?
Recordemos una idea oriental que una verdadera obra de arte es un signo visible de una gracia interior. Esto nos habilita para entrar de inmediato en el corazón del problema.
El gobernante tiene que ver que la nación-familia –de la cual es el primer servidor– revele su alma interior. Esto significa un constante reajuste entre la vida interna de la nación (su alma) y el cuerpo físico que lo constituye los varios departamentos de la organización social del estado. La tarea del gobernante consiste no solo en equilibrar los diversos poderes de esos departamentos –equilibrando las demandas de las partes, moderando aquí y estimulando allá– a fin de obtener cierta armonía en el plano horizontal; sino lo que es más difícil, es que tiene que asegurar también un margen permanente de vida interior por medio de actividades externas del cuerpo social, de forma de mantener un equilibrio en el plano vertical, es decir, entre elalma y el cuerpo de la nación, o del estado.
El equilibrio debe, también, ser alcanzado con respecto al pasado y al futuro. Ello significa que la marcha de una nación como un todo debe marcar el tiempo con el ritmo del esquema general de la evolución; la nación no debe ser un holgazán sobrecargando a los demás miembros de la familia humana, y por otra parte no puede perseguir de manera egoísta su propio desenvolvimiento. En otras palabras, el Dharma de una nación es un inextricable entretejido con los Dharmas de otras naciones, y debe ser comprendido que el atraso de una “nación es un factor de desintegración de toda la humanidad, así como la nación que marcha a la vanguardia del progreso real es un factor de impulso para la humanidad en su totalidad.”
En consecuencia, el gobernante de cada nación tiene que ayudar a esas naciones necesitadas que se van a retaguardia del esquema de la evolución, y está habilitado para tomar la delantera de las más antiguas de las naciones para proteger el progreso de su propia nación.
El principal deber del gobernante es evidentemente el de gobernar, pero ¿qué significa esto? Para mí, significa establecer un orden, y esto nos lleva al llamado “división del trabajo”. El gobernante tiene que ver que la jerarquía de los valores sociales sea debidamente observada.
En la base de la pirámide está la gran familia de servidores (o sudras), la masa de trabajadores sin destreza que deben tener su propia dirección. Vemos, aquí, que por la división de labor se entiende también la participación de responsabilidades. El gobernante tiene que ver que en cada departamento de la vida su representación sea debidamente ordenada.
A continuación en la escala de valores, que es también una escala de Dharma, (Varna-Dharma,) se hallan los productores de riquezas, los grandes negociantes, los capitanes de la industria, los genios de la economía. Ellos deben tener su propia representación en el Ministerio de Finanzas y Economía Pública.
El gobernante debe tratar que los intereses varios de la gran corporación no choquen con el interés general y el bienestar de la nación-familia, que no haya explotación de las secciones débiles de la economía nacional por parte de los más fuertes. Estopondría fin a la llamada “clase media” donde son preservadas las semillas del clásico artificio.
Siguen después los administradores de la nación (los Kshattriyas de antaño), que pertenecían a lo que Montesquieu llamó el Ejecutivo. El gobernante de la nación tiene que ver que en su plana de administradores esté cada uno debidamente investido con una parte de propia responsabilidad, según el nivel de su jerarquía.
A este respecto, el más humilde de los oficiales que actúen en este cuerpo tiene que comprender que dondequiera que esté, dondequiera actúe, comparte en realidad una pequeña parte de las prerrogativas reales. Debe sentir el lazo, el especial lazo que tiene con el rey o el gobernante. Es un puesto avanzado, una proyección, dondequiera esté, de la conciencia del rey, del gobernante, y su superior tiene que protegerlo siempre, en todas circunstancias.
Debe existir perfecta solidaridad en la gran familia de los Kshattriyas, el Ejecutivo, a fin de que el verdadero gobierno sea ejercido, y sentido así por todo el cuerpo físico de la nación.
En cierto modo, el gobernante se encuentra al tope de la pirámide. Pero, ello no significa que no haya nadie por sobre él.
Para comprender esto, visualicemos una extensión de las líneas conectadas, en el ápice de: nuestra pirámide. Aparece entonces otra pirámide, revertida, tocando el ápice de nuestra pirámide social y humana; en esta super-impuesta pirámide se hallará la familia mayor, el Cuarto Varna, de sabios y consejeros, cuya sabiduría es necesaria al gobernante como el pan y elvino son necesarios para los Sudras.
Debe notarse aquí la afirmación del Bhagavad Gita: “El Dharma de otro, está lleno de peligros”.
Si el gobernante piensa que porque se halla al tope de la pirámide social, puede actuar sin el consejo de la sabiduría, tal gobernante edifica sobre arena. Más tarde o más temprano, su edificio social se derrumbará, porque en lugar de limitarse a su propio rol de Kshatiriya, ha interferido con el Dharma de los bramanes, con el deber de los sabios que deben vigilar por encima y desde fuera del cuerpo social de la nación.
Por otra parte, puede suceder que pseudo-bramanes, o pseudo-sabios, interfieran con el deber de un gobernante, porque creen que poseyendo la sabiduría tienen que gobernar. Esto demuestra que han retenido algunas ambiciones mundanas, y que, de hecho, no son verdaderos sabios.
Existe un Gobierno Interno del Mundo, pero por ser gobierno interno, no interfiere con los gobiernos externos. Ofrece simplemente oportunidades para servir. Da a cada nación su Dharma nacional como una oportunidad de servir, pero no violenta este Dharma a los miembros de la nación.
La nación es libre de cumplir su Dharma o rechazarlo. Si una nación cumple su Dharma, esa nación ha llevado a cabo suparte en la ejecución del plan designado por el Supremo Gobernante de la raza.
Si una nación rechaza o descuida su Dharma esa misma oportunidad será ofrecida a otra nación que podrá o no a su vez aceptarla cumpliendo así la Voluntad de Dios.
En un caso, habrá gran alegría entre los niños del Altísimo, los hijos de la Luz. En otro, habrá, en el corazón de la nación rebelde, un sentimiento de tristeza, un sentimiento de haber perdido el alma. Esa nación es como un hombre que ha perdido su más preciosa posesión. Esto nos hace comprender cual es la mayor responsabilidad del gobernante. El deber más elevado, el supremo Dharma del gobernante, consiste en guiar la nación a que reconozca una magnífica oportunidad ofrecida en la forma de su Dharma nacional. Así, pues, la mayor tragedia que puede ser experimentada por un gobernante diligente, una verdadera crucifixión, es cuando, completamente consciente de alguna gran oportunidad ofrecida a su nación, buenamente se la confía, pero ésta rechaza su visión.
Esto le sucedió al Presidente Woodrow Wilson cuando tomó la iniciativa de presentar los fundamentos de la Liga de las Naciones. En esto vio y actuó de acuerdo con el Dharma nacional de EE.UU., pero su acción no fue aprobada por los líderes del Senado, la nación rechazó la acción del gobierno. Sin embargo, uno o dos miembros de esa nación habían visto la verdad, la magnífica oportunidad ofrecida. Se dice que si uno o dos están prontos para ejecutar algo a fin de cumplir lo que a sus ojos es la misión de su nación, será anotado por el Supremo Gobernador que está a la Cabeza del Gobierno Interno del mundo, y puede guardar en reserva para esa nación la oportunidad ofrecida, aceptando como si fuera a posponerse en tiempo el cumplimiento del Plan.
El Gobierno Interno del mundo está dotado de Paciencia Divina. En consecuencia, los EE.UU. pudieron, más tarde, pero pagando por ello un precio más elevado, retomar la oportunidad perdida dirigiendo en forma magnífica el trabajo de las Naciones Unidas, una verdadera reencarnación de la Liga de las Naciones.
Vemos así como el Dharma del gobernante no es de ninguna manera una cosa fácil, siendo en realidad, en el más pleno sentido de la palabra, el arte supremo del cual habló Sócrates.
La Dra. Annie Besant, en sus Lecturas sobre Ciencia Política, expresa que existe primero la teoría que es la Ciencia de Gobernar, y luego la práctica que es el Arte de Gobernar. Esto nos conduce a una nueva concepción enfatizada por C. Jinarajadasa en 1925 (Introducción a El Fuego Creador, de J. J. van Del Leeuw). Nos recuerda la profecía expresada por Joachim de Flore, anunciando el despertar de una era señalada por la actividad del Tercer Aspecto del Logos, llamado Brahma en la religión hindú y el Espíritu Santo en el cristianismo. Parece que para los niños de la nueva raza, la acción llega antes que la sabiduría, es decir, la sabiduría viene después como resultado de la experiencia, mientras que en el pasado lo justo había sido primero la adquisición de la sabiduría y luego, pero sólo entonces, la iluminada acción.
Por consiguiente, tomando debida nota de ese radical cambio de actitud, el gobernador de hoy tiene que ver que la mejor oportunidad que le es dada a la nueva generación es la de que experimenten en el dominio social ofreciéndole definida responsabilidad en varios campos.
Este cambio importante ofrece al gobernante la creación de una nueva política. Aquí comenzamos a movemos en las frescas praderas verdes de la Nueva Era, inspirada y vivificada por el Fuego Divino anunciado por Joachim de Flore. Por esta nueva dispensación del Divino Espíritu Creador podemos tomar plena ventaja de una nueva ciencia difundida por el empirismo social, llamada sociología. Esta nueva ciencia sólo tiene cien años de existencia y sus investigaciones dieron por resultado el reforzamiento del factor humano en todos los departamentos de la vida en cualquier parte.
Concluiré estas notas sobre el Deber del Estadista con el cuento del Rey Ushinara, contado por Annie Besant:
El principal deber de un rey es el de proteger a todos en su reino
Dos de los Dioses, Indra y Agni quisieron probar a Ushinara en su cumplimiento de ese deber. Indra tomó la forma de un halcón, Agni el de una paloma, y la paloma, perseguida por el halcón, buscó refugio en el regazo del rey. El halcón reclamó la paloma como su presa legal, pero el rey se rehusó, alegando que la paloma había buscado su protección. Entonces el halcón arguyó que, desprovisto de alimento, él iba a perecer, y que al proteger una vida el rey descuidaba la protección de otras. El rey, negándose a entregar la paloma, ofreció otros alimentos, pero todos fueron rechazados, hasta que al fin el halcón ofreció retirar su reclamación si el rey le daba de su propia carne tanta cantidad como para igualar el peso de la paloma. El rey consintió alegremente, y puso un trozo de su propia carne en la balanza que igualaba el peso de la paloma; pero el platillo subió. Da esa manera cortó un trozo tras otro, y siempre la paloma era la más pesada, hasta que al fin colocó su menguada figura sobre el platillo. Entonces, los Dioses se revelaron y bendijeron al rey que salvaba a un suplicante acosta de su propia carne.
Albert Sassi
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